Bárbara Ramos

Navidad, dulce navidad

Mañana empieza la Navidad y me desilusiona mucho escuchar a alguien decir que estas fiestas son tristes o que me digan   lo duro que resulta pasarla sin los seres queridos que ya no están o que como en mi casa ya no hay niños ya no nos apetece celebrarlo. Me gustaría que el post de hoy te sirviera para ayudarte a tener una nueva perspectiva sobre estas fiestas si es que te reconoces en alguna de las frases anteriores y para conectarte con tus recuerdos si es que aún las vives con la mirada de un/a niñ@.

Como te explico en mi post “Algo no funciona”, yo crecí en la casa familiar con mis padres, mi hermano, mis tíos y mis abuelos. Para las navidades se montaba una fiesta increible. Empezábamos una semana antes a preparar los dulces. En la cocina mi abuela, mi madre y yo, que tenía que subirme en una silla para alcanzar la mesa, elaborábamos los rosquillos y los pestiños, ¡que ricos!

Varios de mis tíos eran y todavía algunos son aficionados a las competiciones de palomos, cada año ganaban algún sorteo o alguna competición y para navidad traían un pavo vivo. Mi abuela era la que se encargaba de matar el pavo, recuerdo que un año le dió el tajo en el cuello y el pavo corría por la cocina sin cabeza. 

Ahora lo explico y entiendo que pueda ser un escándalo pero yo guardo ese momento como algo divertido, mi abuela corriendo detrás del pavo sin cabeza y no lo podía atrapar (pobre pavo).

Esos días previos a las fiestas la casa siempre olía a caldo que se hacía en ollas inmensas que se guardaban en la despensa el resto del año y que solo se usaban para navidad. A partir de las 6 o las 7 de la tarde comenzaban a llegar mis tías, las cuales nos ayudaban a preparar todo el tinglado y más tarde llegaban mis tíos y primos, y yo disfrutando del jolgorio que se iba creando.
Una vez recogíamos llegaba el momento de los cantos y los bailes. Se sacaba la zambomba, la botella de anís y las cucharas a modo de instrumentos musicales. Era una navidad humilde y feliz.

Ya entonces faltaba mi abuelo y una prima de mi edad que falleció. En esas fiestas no se hablaba especialmente de ellos, si que recordábamos momentos con ellos pero era como si tod@s entendiéramos que seguían allí entre nosotr@s. Los años han ido pasando y los niños crecieron y constituyeron sus propias familias, los abuelos murieron, madre y algun@s ti@s ya no están entre nosotr@s, otros se fueron a vivir lejos y al final quedamos para reunirnos mi marido, mis hijas, mi padre y yo.

Nunca ha sido una navidad triste aunque los que amamos no estén físicamente, aunque la economía no fue boyante, aunque los trabajos flaquearon, aunque la salud estuvo muy apurada, aunque las relaciones no fueron ideales. Y es porque decidimos seguir viviendo con la mirada de un/a niñ@, como si cada uno de los momentos que nos tocan vivir sean una celebración de la propia vida y, no solo en navidad, todos los días del año. 

¿Cómo vivimos ahora estas fechas?

Para el 4 de diciembre sigue llegando a casa una planta de navidad, igual que le llegaba a mi abuela y a mi madre. Seguimos montando el pesebre con júbilo como una forma de cuidar lo que significa la familia y como antes lo hicieron l@s que nos precedieron. Ponemos el árbol y el tronco de Yule como agradecimiento al planeta que sigue sosteniendo, nutriendo y dándonos oportunidades. Y cantamos, bailamos y compartimos para celebrar la vida que vivimos con los que ya no están y la que seguimos viviendo con los que sí y por los que vendrán. 

Tratamos de adaptarnos a lo que la vida nos traiga (aunque a veces cuesta y cuesta mucho) y utilizamos lo que tengamos a mano para hacerlo. Este año de nuevo, en burbuja y celebración por videoconferencia. Busca y encuentra motivos para celebrar cada día y llénate de la ilusión de un corazón agradecido como el/la de un/a niñ@.

¡FELIZ NAVIDAD Y FELIZ VIDA!