No recuerdo cuándo fue la primera vez que me sentí humillada, pero en los últimos años si tengo noción de cómo ha evolucionado ese tema en mí.
Recuerdo hace unos once años en una reunión de trabajo (ahora lo llamaría una encerrona) en la que cuatro directivos del centro en el que trabajaba me convocaron en teoría, para evaluar la dirección y objetivos de mi trabajo. Cabe destacar que era autónoma y todo lo que concierne a mi trabajo dependía de mí y de mi compañero. Los directivos desempeñaban la función de gestionar el centro pero no tenían conocimiento del funcionamiento de mi trabajo. Ellos se limitaban a decir sí o no y con ello censurar o impulsar las propuestas ya que era una institución y aunque no dominaban el tema eran la autoridad.
El presidente se sentó a mi izquierda, el tesorero frente a mí y dos integrantes más de la junta directiva contiguo al tesorero.
El que estaba frente a mí comenzó a desvalorizar mi labor incluso levantándose para intimidarme. Frente a esa reacción yo también me levanté y el de mi izquierda me hizo sentar. Los otros dos ni se inmutaron.
De este trabajo dependía mi sustento y traté de calmarme para seguir con la reunión y acabarla. Finalmente no se llegó a nada, es decir que las cosas seguirán como las estaba llevando hasta el momento.
En esos momentos estaba tan abrumada con lo que estaba sucediendo que mi intención era dejar clara mi labor y compromiso y no era consciente de cómo me estaba sintiendo.
Y es que estaba estupefacta, no daba crédito pero, más allá de ello, me sentía impotente y humillada. Ninguno se paró a frenar al que me increpaba y a mí sí por tratar de defenderme.
A esas emociones que no fueron expresadas. Luego me castigué por no haberme marchado o por no haber reclamado respeto, me sentí tan humillada. Y es que cuando consiguen humillarte te sientes pequeñ@, indefens@, como un/a niñ@ que ha hecho algo que no debería haber hecho.
Cuántas veces te has sentido así, no has reaccionado como te hubiese gustado y luego te has dicho: – le tendría que haber dicho tal o cual… o se te han ocurrido todos los argumentos una vez finalizada la reunión.
Bien, pues después de un tiempo machacándome, no días sino meses, me di cuenta de que realmente no estaba enfadada con ellos sino conmigo misma, por haberme bloqueado y no saber cómo responder o resolver el dilema.
Al darme cuenta de esto y darle muchas vueltas al tarro, me propuse que si había siguiente vez no me iba a pasar lo mismo ni me iba a quedar con las ganas de decir lo que pensaba. En ese momento dejé de ser mi peor enemiga, reconocí las emociones tan desagradables que sentí en ese momento, me desahogué con mi entorno de confianza y me harté de llorar para liberarlas. Así es como pude plantearme cómo me gustaría reaccionar la próxima vez y lo grabé en mi mente. Y la siguiente vez y la siguiente la volví a fastidiar, pero me gustaría pensar que fui mejorando en algo.
Gracias a esto, ahora puedo ver dónde quiero estar, cómo quiero estar y con quién quiero compartir cada área de mi vida. No puedo controlar la reacción de otras personas pero sí la forma en la que me afecta, así que con esto cierro la puerta al sentimiento de humillación aunque los demás tengan que recurrir a ella en ocasiones. Puedo ayudarte con ello 😉