Yo era una profesional del baile flamenco con cierto prestigio y reconocimiento y cuándo “mí” candidiasis crónica me retiró de lo que más amaba, también me puso los pies en la tierra.
Pero eso no fue el principio.
Cuando el dolor y agarrotamiento de mis músculos ya se hizo limitante, cuando mis emociones habituales eran el enfado y la tristeza, cuando mis pensamientos no encontraban salida y ya no podía confiar en mí, esperé a que los demás me ayudaran. Dentro del círculo más cercano un@s se bloquearon y no aceptaban lo que tenía, con lo que, me trataban como si no pasara nada o hacían drama de ello. Otr@s decidieron que no querían saber nada y desaparecieron.
¿Dónde habían quedado las palmaditas en el hombro cuando bajaba de un escenario? Y ¿las personas que presumían de conocerme? y ¿tod@s aquellos a quienes ayudé y escuché?
No entendía que el teléfono de mi casa no sonara para preguntar por mi salud y por si necesitábamos algo, cuando antes no paraba de sonar para preguntar por vestuarios, horas y lugares. Me preguntaba ¿Qué habíamos hecho tan mal para que casi no hubiese nadie ahí? Se apoderó de mí la inseguridad y la desconfianza y cuando comencé a mejorar, aunque aún era vulnerable, abrí mi círculo a otros ambientes y personas en las que, de nuevo, deposité mi confianza.
Y me volvieron a traicionar y me volvieron a abandonar varias veces más. Y ahí, ahí es donde comencé a generar una desconfianza de todo y de tod@s, durante un tiempo se apoderó de mí la amargura y la intolerancia. Si la enfermedad me había retirado de todo lo que no la soportó, yo estaba destruyendo lo que me quedaba.
Y ahora, las preguntas eran ¿Qué me está pasando?¿Qué pasa que me siento así?
No quería estar amargada pero cuanto más me resistía más lo estaba, hasta que comencé a reconocer y aceptar esas emociones desagradables en mí.
¿Qué me estaba diciendo esa amargura? que las cosas no estaban saliendo como yo esperaba.
¿Qué me estaba diciendo la intolerancia? que no aguantaba a nada ni nadie que no me ayudase a que las cosas salieran como yo quería.
¿Qué me estaba diciendo la desconfianza? que no sabía en qué ni en quien confiar.
Con estas preguntas me di cuenta de que no estaba conectada con mi realidad. De que trataba que las cosas fueran lo que yo creía que debían de ser y no lo que eran en realidad.
Cuando acepté mi realidad y no fue fácil, dejé de luchar y me dispuse a enfrentarla con amabilidad. Solté el pasado y los momentos de gloria y de dolor. Dejé de arrastrar a mi propia realidad a los que aún seguían ahí y comencé a valorar que aún estuviesen.
Fue en los primeros en los que comencé a confiar pero, me dí cuenta de que no se puede confíar en nadie al 100% ni en todo momento y ni siquiera en ti mism@, que debes estar despiert@ a tus emociones, que debes valorar quien eres y tus intenciones pero que los resultados no dependen de ti, lo único que depende de tí es la forma en la que lo quieres vivir y hacerlo. Que la confianza se fragua paso a paso, que suceden cosas que la hacen tambalear y que cuando eso suceda habrá que volver a revisar.
Ya ves, aunque todo esto ya quedó en el pasado, la lección sigue vigente.
Aprovecho este post para seguir dando las gracias a l@s que siempre estuvieron, almas afines que me ayudaron a sostener y a los que lo pusieron difícil porque me permitieron aprender y ayudar a los que ahora pueden estar pasando por lo mismo.
Y gracias a la vida por el regalo que es.