Te presento a Ana, una mujer de 42 años a la que le diagnosticaron depresión hace 10 años. Decidida a salir de ello, fue cuando Ana se cruzó en mi camino. Mediante un proceso de Psicoterapia Transpersonal retrocedimos hasta el origen de sus síntomas y trabajó para transformarlos. Identificamos que el origen se encontraba en que desde muy niña tuvo que asumir responsabilidades bastante por encima de sus posibilidades.
Convivía en la casa familiar con padres, tíos y abuelos. Primero el abuelo y más tarde una de sus tías cayeron en enfermedades de larga duración. Su madre siempre la vio como una niña con grandes capacidades y no dudaba en asignarle tareas de responsabilidad, sin preguntarse si esto afectaría de alguna forma a su pequeña hija cuando las situaciones eran extremas. A muy temprana edad aprendió a reconocer las necesidades de los que sufrían y a atenderlas. Para no disgustar a su madre (que ya estaba demasiado estresada) ni generar más conflicto del que ya vivía aprendió a callar las propias necesidades y a obedecer sin rechistar.
En éste pequeño resumen de la infancia de Ana nos encontramos con varios factores que fueron los que después desencadenaron su depresión de adulta:
Llega a mí en estado de desesperación por no poder salir de sus estados de tristeza y apatía. Por suerte aún no había tirado la toalla y estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para conseguir salir de ese pozo.
Ese es un gran momento para empezar un proceso de Terapia Transpersonal.
Una vez Ana comprendió las vivencias que la habían llevado hasta su tristeza profunda, tomó conciencia de estos comportamientos, como la hacían sentir, como influían en su forma de pensar y como le afectaban físicamente. Empezamos el proceso de transformación hacia una nueva forma de pensar, sentir y actuar, despertando sus fortalezas más dormidas, recuperando confianza en sí misma y elevando su autoestima que la llevó a utilizar sus capacidades en su propio beneficio, desde la satisfacción y no desde la dependencia emocional, cambió de trabajo, se abrió a conocer nuevas personas, recuperó los estudios que había aparcado y Ana ya hace 5 años que superó la depresión.
El caso de Ana es solo un ejemplo de cómo registramos en nuestro subconsciente las situaciones y comportamientos que nos marcan de forma intensa en momentos en los que somos vulnerables. Como niña hizo lo mejor que sabía hacer; obedecer y callar para no disgustar más a los que estaban preocupados, pero en realidad lo que necesitaba es que alguien se ocupase de ella, le calmase la ansiedad y no al contrario. Como adultos debemos reconciliarnos con nuestro niño interior que aún sigue repitiendo las mismas experiencias en el interior y darle el espacio de juego y protección para ver la vida con un nuevo prisma.
Querer solucionar aquello que nos bloquea es voluntad propia y un acto de valentía ya que no podemos ayudar a quien no quiere ser ayudado. Por ello quiero dar las gracias a Ana, por haberme dejado formar parte de su evolución y por dejarme compartirlo con mis lectores.