En su significado etimológico, la palabra Incertidumbre proviene del latín in- (no) certidumbre- (certeza). Que significa: Sin certeza.
Por lo que se puede decir que, la vida siempre oscila entre la certeza y la incertidumbre.
Con esto me refiero a que cualquier cambio, por muy simple que sea, genera cierto grado de incertidumbre por la falta de información futura, imperfecta o contradictoria, junto a las posibles consecuencias de las que tampoco poseemos certezas. La mayoría de veces se puede decir que somos conscientes de esa incertidumbre pero aceptarla, ya es otra cosa.
La incertidumbre y el cambio, ya sea esperado o inesperado, van de la mano. Esto generará un movimiento individual que afectará a nuestro entorno más inmediato y aunque sopesamos las consecuencias, no tenemos el control de la situación. Todo esto nos afecta en los ámbitos psicológico, físico y emocional, aunque no seamos plenamente o tan conscientes de ello, ni de la forma en la que nos manejamos.
En muchos casos puede que la impaciencia nos atrape, el miedo a lo desconocido, la inseguridad, la ansiedad e incluso la desesperación por una situación que no da indicios de donde nos encontramos.
Esto genera tensiones internas, nos volvemos más irritables, bloqueamos nuestra capacidad creativa y nuestra comunicación se vuelve rígida e inflexible. Todo ello puede desembocar en la adopción de posturas pesimistas y victimistas ante mí mismo, en las situaciones y en la forma en la que tratamos a nuestro entorno.
A consecuencia de estas posturas se tiende a generar un punto, que le vamos a llamar “de máxima tensión”, en el que puede hacer saltar la chispa del conflicto tanto en tu relación contigo mism@ como con los demás.
Es por ello que vivimos los cambios cómo algo difícil, negativo y agotador.
Para manejar dichas situaciones con mayor satisfacción lo primero que hay que hacer es poner conciencia en aquellos aspectos más visibles, como pueden ser los comportamientos y las contracturas musculares. Al aceptar estos aspectos como señales de que la forma en la que estás enfrentado la situación no es la más adecuada para ti, las tensiones comienzan a relajarse y puedes comenzar a hacerte responsable de lo que tu comportamiento genera en los demás.
Lo siguiente será mantener una actitud abierta ante las nuevas circunstancias y poner la atención en las posibilidades y no en las limitaciones que trae este cambio. Con ello se abre un nuevo horizonte, quizás no es el que tú esperabas o te habías imaginado, pero si continuas enfocando tu atención en las posibilidades e intentas vivirlo con una actitud de descubrimiento y de conquista de pequeños retos superarás situaciones para las que creías que nunca hubieses podido hacerlo, experimentarás la sensación de llevar las riendas de tu vida dentro de las circunstancias que te esté tocando vivir y elevarás la confianza en ti mism@ a un nivel superior.
A lo largo de mi vida y de mi experiencia he aprendido (un poco a la fuerza) que, la vida es un continuo de certezas e incertidumbres, es una ley natural y necesaria para nuestra evolución, cada nueva etapa afrontada es un nuevo reto, un nuevo aprendizaje, una nueva realidad que bien enfocada te devolverá al estado de serenidad y conseguirás la plenitud tan deseada, además de que en todo el proceso habrás generado un aprendizaje, que a la hora de afrontar los cambios futuros lo harás de una forma muy distinta.