Bárbara Ramos

No confío en nadie

Yo era una profesional del baile flamenco con cierto prestigio y reconocimiento y cuándo “mí” candidiasis crónica me retiró de lo que más amaba, también me puso los pies en la tierra. 
Pero eso no fue el principio.

Todo empezó...

Cuando el dolor y agarrotamiento de mis músculos ya se hizo limitante, cuando mis emociones habituales eran el enfado y la tristeza, cuando mis pensamientos no encontraban salida y ya no podía confiar en mí, esperé a que los demás me ayudaran. Dentro del círculo más cercano un@s se bloquearon y no aceptaban lo que tenía, con lo que, me trataban como si no pasara nada o hacían drama de ello. Otr@s decidieron que no querían saber nada y desaparecieron.

¿Dónde habían quedado las palmaditas en el hombro cuando bajaba de un escenario? Y ¿las personas que presumían de conocerme? y ¿tod@s aquellos a quienes ayudé y escuché?

No entendía que el teléfono de mi casa no sonara para preguntar por mi salud y por si necesitábamos algo, cuando antes no paraba de sonar para preguntar por vestuarios, horas y lugares. Me preguntaba ¿Qué habíamos hecho tan mal para que casi no hubiese nadie ahí? Se apoderó de mí la inseguridad y la desconfianza y cuando comencé a mejorar, aunque aún era vulnerable, abrí mi círculo a otros ambientes y personas en las que, de nuevo, deposité mi confianza.

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Y me volvieron a traicionar y me volvieron a abandonar varias veces más. Y ahí, ahí es donde comencé a generar una desconfianza de todo y de tod@s, durante un tiempo se apoderó de mí la amargura y la intolerancia.  Si la enfermedad me había retirado de todo lo que no la soportó, yo estaba destruyendo lo que me quedaba.
Y ahora, las preguntas eran ¿Qué me está pasando?¿Qué pasa que me siento así?

No quería estar amargada pero cuanto más me resistía más lo estaba, hasta que comencé a reconocer y aceptar esas emociones desagradables en mí.

¿Qué me estaba diciendo esa amargura? que las cosas no estaban saliendo como yo esperaba.
¿Qué me estaba diciendo la intolerancia? que no aguantaba a nada ni nadie que no me ayudase a que las cosas salieran como yo quería.
¿Qué me estaba diciendo la desconfianza? que no sabía en qué ni en quien confiar.

Entonces me di cuenta de:

Con estas preguntas me di cuenta de que no estaba conectada con mi realidad. De que trataba que las cosas fueran lo que yo creía que debían de ser y no lo que eran en realidad.
Cuando acepté mi realidad y no fue fácil, dejé de luchar y me dispuse a enfrentarla con amabilidad. Solté el pasado y los momentos de gloria y de dolor. Dejé de arrastrar a mi propia realidad a los que aún seguían ahí y comencé a valorar que aún estuviesen.
Fue en los primeros en los que comencé a confiar pero, me dí cuenta de que no se puede confíar en nadie al 100% ni en todo momento y ni siquiera en ti mism@, que debes estar despiert@ a tus emociones, que debes valorar quien eres y tus intenciones pero que los resultados no dependen de ti, lo único que depende de tí es la forma en la que lo quieres vivir y hacerlo. Que la confianza se fragua paso a paso, que suceden cosas que la hacen tambalear y que cuando eso suceda habrá que volver a revisar.
Ya ves, aunque todo esto ya quedó en el pasado, la lección sigue vigente.

Aprovecho este post para seguir dando las gracias a l@s que siempre estuvieron, almas afines que me ayudaron a sostener y a los que lo pusieron difícil porque me permitieron aprender y ayudar a los que ahora pueden estar pasando por lo mismo.
Y gracias a la vida por el regalo que es.